La huelga de las escobas es el nombre popular con que se recuerda la movilización de 1907 en la que 140.000 manifestantes se organizaron en reclamo de una baja del 30% en el precio de los alquileres y mejores condiciones sanitarias en los conventillos que habitaban.

Luego de la pandemia de fiebre amarilla, con epicentro en los barrios de Monserrat y San Telmo, las familias “patricias” se desplazaron hacia Recoleta y Barrio Norte, dejando totalmente abandonadas sus antiguas casonas.

Frente a la ola inmigratoria proveniente principalmente de España e Italia, y ante la suba de algunos impuestos municipales que gravaban a quienes más tenían, los propietarios de aquellas casonas abandonadas vieron una oportunidad de negocio cuyas rentas extraordinarias serían solventadas por las familias obreras que habitaran esos conventillos, llamados también inquilinatos.

Entre Agosto y Septiembre de 1907 los conventillos dejaron de pagar el alquiler, demostrando la potencia de la organización comunitaria y sindical. 

La huelga inquilina se extendería de conventillo en conventillo, convirtiéndose en una rebelión protagonizada por mujeres y niñes, fueron esas conventilleras agrupadas quienes resistieron el desalojo cruel y violento de la policía, con escobas como símbolo de lucha y arma de defensa.

Virginia Bolten, María Collazo, Teresa Claramunt y Juana Rouco Buela, entre otras mujeres de la época, fueron militantes anarquistas, sindicalistas y feministas que protagonizaron como oradoras y líderes de la huelga de las escobas, una rebelión cuyas reivindicaciones siguen vigentes.

Hace 115 años las conventilleras nos enseñaron que la organización y lucha son las formas de resistir el avance sobre los derechos del pueblo.